Y un ángel vino a mí esa mañana y me cobijó, como sólo se abrigan a los seres desvalidos... desprotegidos, a quienes no se les ha valorado el alma.
Ven a mí - deciale la playa a aquella efímera ola
que su senda no posponía.
- Rompe tu curso y acorrálame en tus sudadas entrañas
devórame con ansias finas y sacude mi arena en frenesí constante -
Mas la ola sin turbarse
azotaba rauda las saladas aguas,
sin salpicar siquiera las caracolas de colores
que ornaban la blancura infinita,
playa infinita y eterna dueña
de las huellas indelebles y profundas.
- Ven a enamorar mi rada… ven a enajenar mi orilla
Ven a cubrir con tu aliento la cálida brisa
que levanta en briznas mi arena –
en eco azul, clamaba la enamorada playa.
Y en sutil murmullo aquella arena blanca,
su monólogo proseguía:
- Cautiva con tu susurrante voz mi alfombrada inmensidad
y permite que mi calidez te abrase y te alimente.
Y en oleaje travieso, la muda e indiferente ola correteaba
y en la indiferencia se sumía.
- Sé mi aliada… mi indulgente amiga,
Se mi éxtasis, mi horizonte y mi arrebato;
Advertencia y luz de mi acalorada piel.
Ven ya
que la incipiente y sorprendida noche nos atrapa
en su crepúsculo vespertino acostumbrado.
- Ven y propicia el desvelo en mis noches
y cuando arribe la mañana
que sólo florece en primavera,
permite que seamos dos alimentando el día –
Ven a mí – cantaba ya aquella playa.
Y mientras… la efímera ola hacia la mar se iba.
Amy / marzo 2006
jueves, 16 de marzo de 2006
MONÓLOGO EN EL AZUL INFINITO
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